Siguiendo a Jesucristo
Lo que Dios ve
Recuerda que Dios nunca deja de
amarte: No importa quién eres, o lo que has hecho, Dios SIGUE AMÁNDOTE y lo
hará hasta que Él venga por ti.
Dios no piensa como nosotros (Qué
Bueno!). Dios no mira como nosotros. Él te mira con ojos de Padre, de amigo
consejero. Él no mira tú exterior ni tampoco tu pasado. No mira cómo te vistes,
qué te pones y qué te dejas de poner o lo que has hecho ayer o hace dos años.
¡Él no mira eso! Los que miran
eso son las personas que tienes a tu alrededor. ¿Pero entonces qué es lo que
mira Dios? ¿Qué es lo que Él quiere?
¿Por qué Él quiere tu corazón?
Porque es el elemento que te hace como eres, que te hace único y porque NADIE
AQUÍ EN LA TIERRA LO CONOCE COMO ÉL. Porque Él hizo tu corazón, y Él te formó a
ti.
Por eso el salmista declaró:
"Dios mío, tú fuiste quien me formó en el vientre de mi madre. Tú fuiste
quien formó cada parte de mi cuerpo. Soy una creación maravillosa, y por eso te
doy gracias. Todo lo que haces es maravilloso, ¡de eso estoy bien seguro!
Tú viste cuando mi cuerpo fue
cobrando forma en las profundidades de la tierra; ¡aún no había vivido un solo
día, cuando tú ya habías decidido cuánto tiempo viviría! ¡Lo habías anotado en
tu libro!" Salmos 139: 13-16
Ora conmigo como lo hizo David
tantos años atrás:
Que lo repitan los que adoran a
Dios:"¡Dios nunca deja de amarnos!”
Perdida ya toda esperanza, llamé
a mi Dios, y él me respondió, ¡me liberó de la angustia! Dios está conmigo: no
tengo miedo. Nadie puede hacerme daño, Dios está conmigo y me brinda su ayuda.
Salmo 118:4-7Pienso que ya lo
sabes, pero te lo digo: DIOS MIRA TU CORAZON. Es tu corazón donde se esconde la
razón por la cual haces lo que haces y dices lo que dices. El anhela tener tu
corazón, la fuente de donde salen tus ideas, tus actos y decisiones.
VOCACIONES TARDÍAS
SUEÑO 92. — AÑO DE 1875.
En el año de 1875 tuvo origen una
obra nueva a la que [San] Juan Don Bosco se entregó impulsado por su celo
sacerdotal y por ilustraciones de lo alto.
Sabemos cómo aquellos tiempos
eran contrarios a las vocaciones eclesiásticas. Aberraciones políticas, escuelas
laicas, prensa desenfrenada, vilipendio de la Iglesia y de sus ministros, grave
situación económica del clero eran otras tantas causas que habían contribuido a
diezmar las filas entre los alumnos de los Seminarios.
Para salir al paso a tan
angustiosa situación, el [Santo] no ahorró sacrificio. Además, viendo el cariz
que tomaban las cosas, no se cansaba de repetir que los futuros ministros del
culto se habían de buscar "en medio de los que manejaban la azada y el
martillo".
Pero ni aun esto era suficiente;
pues los jóvenes son siempre jóvenes y a pesar de prodigarles los más solícitos
cuidados, muchos de ellos, encaminados al sacerdocio, se pierden por el camino.
[San] Juan Don Bosco había comprobado que apenas una minoría llegaba al
sacerdocio.
¿Qué hacer, pues? La necesidad
era cada vez más apremiante: si se continuaba al mismo ritmo, la escasez de
sacerdotes ocasionaría la desolación de la viña del Señor.[San] Juan Don
Bosco, siendo un simple estudiante de bachillerato, se había prestado amablemente
a ayudar a un buen hombre que a despecho de la edad quiso hacerse sacerdote y
que gracias acta caridad del [Santo] había conseguido entrar en el Seminario,
haciendo sus estudios y recibiendo las órdenes sagradas.
De otras vocaciones tardías [San]
Juan Don Bosco se ocupó seguidamente, sobre todo en el Oratorio, donde admitió
a las clases elementales a algunos individuos ya maduros, deseosos de entrar
en la carrera eclesiástica.
Así tuvo ocasión de constatar que
tales sujetos se daban al estudio con ardor, manifestaban una sólida piedad y
excelentes disposiciones para ayudar a los compañeros más jóvenes.
Por tanto, mientras pedía
insistentemente al Señor sobre la manera de proporcionar numerosos sacerdotes a
la Iglesia, he aquí que le viene a la mente la idea de recoger jóvenes adultos
bien dispuestos, de dotarles de un régimen especial preparándolos
adecuadamente para ascender las gradas del altar.
Mientras reflexionaba sobre este
santo designio, en los comienzos del 1875 sucedió algo que lo impulsó decididamente
a la empresa.
El relato hecho por él mismo ante
los miembros del Capítulo Superior fue inmediatamente consignado por escrito y
nosotros lo reproducimos aquí ad litteram. Helo, pues:Un sábado por la noche
—dijo [San] Juan Don Bosco— me encontraba confesando en la sacristía; y pensaba
en la escasez de sacerdotes y de vocaciones y en la manera de acrecentar su
número.
Veía ante mí un tan gran número
de jóvenes buenos e inocentes que venían a confesarse y me decía a mí mismo:
—Quién sabe cuántos alcanzarán la
meta y el tiempo que se necesita aún para que lleguen al sacerdocio los que
perseveren; y la necesidad de la Iglesia es urgente.
Mientras me encontraba muy
distraído con este pensamiento, aun sin dejar de confesar me pareció
encontrarme en mi habitación sentado a mi mesa de trabajo, teniendo entre mis
manos el registro donde están anotados los nombres de todos los que se hallan
en casa. Y me decía entre mí:
—¿Cómo es esto? ¿Estoy confesando
en la sacristía y en mi habitación al mismo tiempo? ¿Estaré soñando? No; éste
es el registro de los jóvenes: ésta es mi mesa de trabajo.
Entretanto oí una voz detrás de
mí que me decía:
—¿Quieres saber la manera de
poder aumentar y pronto el número de los buenos sacerdotes? Examina ese
registro y de él deducirás lo que tienes que hacer.
Yo examiné el registro y después
dije:
—Estas son las listas de los
nombres de los jóvenes de este año y de años precedentes y nada más.
Yo me encontraba muy preocupado,
leía los nombres, seguía reflexionando, miraba aquellas listas por abajo, por
arriba, por todas partes, para ver si encontraba algo, pero nada.
Entonces me dije:
—¿Sueño o estoy despierto? ¿Me
encuentro realmente aquí junto a mi mesa y la voz que he oído es una voz real?
Y de pronto quise levantarme para
ver Quién había sido Aquella que me había hablado y en efecto: me levanté. Los
jóvenes que estaban a mi alrededor dispuestos a confesarse, al ver que me
levantaba de una forma tan imprevista y un tanto nervioso, creyeron que me
había sucedido algo, que me sentía mal y acudieron a sostenerme, pero yo
después de tranquilizarles asegurándoles que no me ocurría nada, seguí
confesando.
Terminadas las confesiones y
habiendo vuelto a mi habitación, miré sobre mi mesa y vi realmente el registro
con los nombres de los jóvenes que están en casa, pero no encontré nada más.
Examiné aquel libro, pero no me
explicaba cómo de aquella observación podría deducir la manera de tener pronto
muchos sacerdotes a mi disposición.
Examiné otros registros que tenía
en la habitación, pero al principio no saqué consecuencia alguna. Pedí más
registros atrasados a Don Ghivarello; pero todo fue inútil.
Seguí reflexionando sobre esto y
ojeando los registros antiguos para obedecer el mandato de aquella voz
misteriosa, y pude sacar como conclusión que de tantos jóvenes como emprenden
los estudios en nuestros colegios para darse a la vida eclesiástica, apenas el
15 por 100, esto es, ni siquiera 2 de cada 10 llegan a vestir el hábito talar, alejándose
del Santuario, bien por asuntos familiares, por los exámenes liceales o por
cambio de idea que suele suceder frecuentemente en el año de retórica.
En cambio, los que comienzan los
estudios en edad adulta, casi todos, esto es, un 8 por cada 10, visten el
hábito clerical, lo que consiguen en menos tiempo y con menos, trabajo. Me dije
entonces:
—De éstos puedo estar más seguro
y terminan antes; esto es lo que buscaba. Es necesario, pues, que me ocupe de
ellos, que abra colegios especialmente para ellos y que vea la manera de
cultivarlos de una forma especial.
Los resultados darán a conocer si
se trata de un sueño o de una realidad.
Desde aquel momento —continúa Don
Lemoyne— la idea de abrir colegios, en los que los jóvenes adultos, llamados al
estado eclesiástico, pudiesen hacer estudios intensivos a ellos apropiados,
tomó cuerpo convirtiéndose en un firme propósito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario