SIEMPRE ALEGRES
“Aquí nosotros hacemos consistir la santidad en estar siempre alegres”,decía Domingo Savio, alumno de San Juan Bosco a los compañeros de su colegio.
Era un niño abierto, avispado, ansiosos de aprender, enamorado de la vida, de las cosas de cada día. Como decía Pemán:“La virtud más eminente es hacer sencillamente lo que tenemos que hacer”. Nada de rarezas, ñoñeces o penitencias llamativas o perjudiciales para la salud…Su guía y maestro, don Bosco, se lo prohibía. Es que de tal palo, tal astilla. Al gran santo de la alegría, al gran pedagogo, la “obra” le salió genial: un santo joven, con una espiritualidad moderna, asequible, contagiosa entre sus compañeros. Con espíritu emprendedor, opciones muy humanas y cristianas, gran capacidad de aglutinar y de liderazgo, sentido asociativo y el equilibrio entre la vida y la acción. Su intensa vida de oración y la vivencia de los sacramentos eran momentos de gran felicidad y de fuerza para desvivirse por la felicidad de los otros.
Don Bosco estaba tan seguro de su santidad que se atrevió a escribir su vida y dársela a los alumnos, compañeros de Domingo, poniéndolo como modelo.
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