Dios habló a Abrahán: “Sal de la tierra y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré”.
Recuerdo lo que sentí hace unos años cuando oí esta misma lectura, poco después de que mi hijo pequeño (con 19 años), me dijera que quería irse al seminario. Parecía que estaba puesta para que yo entendiera que Dios le llamaba también a él.
La noticia no me cayó muy bien porque estábamos atravesando una difícil situación familiar, y su marcha suponía una tristeza más. Y no es que no me gustara su elección, pues siempre dije que no me importaría que uno de mis hijos fuera sacerdote, pero en ese momento no quería separarme de él, y me parecía que se iba demasiado pronto de casa. Aún así, le pedí que no se fijara en mis lágrimas e hiciera lo que creía debía hacer. La separación fue dura, pero di gracias a Dios por el regalo que nos hacía al llamarle al sacerdocio.
La idea que se suele tener cuando un hijo se hace religioso es que se le pierde para siempre. Nada más lejos de la realidad. La presencia física es importante pero lo es más la cercanía que transmiten, a pesar de la distancia. Quizás sean más sensibles a los problemas de los demás porque notan a Dios cerca, y eso les hace proyectar su Amor a todos. Los padres que tienen hijos que han decidido dedicar su vida a Dios en una u otra faceta, saben que lo que digo es cierto.
Últimamente escasean las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada y hay que seguir pidiendo a Dios que “envíe obreros a su mies”, pero no sólo va a ser cosa de Dios. Todos tenemos nuestra parcelita que habrá que cultivar para recoger los frutos. La familia es la primera que puede sembrar la semilla para que esas vocaciones nazcan, y sobre todo, no influir negativamente en las que ya han brotado.
Oremos para que haya jóvenes valientes capaces de decir al Señor: “Aquí estoy porque me has llamado, para hacer tu voluntad.
Pidamos a Dios que siga llamando y dando luz y gracia a los que responden con un sí a fondo perdido, para que su vida y ejemplo sean faro que nos ilumine. Cuando el sacerdote lleva el estilo de Jesús, los demás lo notan y puede que se contagien.
Gracias, Señor, por el don del sacerdocio.
* María Isabel Montiel es Salesiana Cooperadora y profesora de Educación Primaria en Guadalajara.
hola
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